A lo mejor os sorprende el título de esta entrada. La cosa es que el otro día tuve un shock. Como es una historia entrañable, que tiene que ver con la iaia, os lo voy a contar.
No sé si sabéis que, cuando yo tenía 1 ó 2 años, me atacó un "virus" o algo por el estilo que me afectó de la siguiente manera, y es que decía que no con la cabeza, todo el rato; era como si tuviera el baile de San Vito. Mi mami estaba preocupada porque no se me pasaba y no sabía qué hacer con esa expresión negativa de mi cabeza. Así las cosas un día en Pamplona, dónde vivíamos, llamaron a la puerta. Era un fraile, no sé de qué Orden, que venía a pedir limosna. Mami salió conmigo en brazos y, el buen frailecico, al ver mi movimiento de la cabeza se rió diciendo "qué mona la niña, dice que no". El resultado de esto fue que mamá se puso a llorar diciendo que la niña estaba enferma. El hombre se quedó serio y le tendió una estampa. El santo de la estampa aparecía como un obispo echado en un lecho fúnebre, pero no tenía nada de fúnebre. Se llamaba San Felicísimo. Mamá la cojió intrigada, mientras que el fraile le contaba que ese santo era el patrón de la infancia. Que si le rezaba seguro que me curaría. Le dijo además que ese santo estaba enterrado en Deusto.
Mamá se aplicó enseguida a rezarle al santo. Le prometió que, si me curaba, iría conmigo a Bilbao para rezar ante sus restos. Y la cosa es que, a los pocos días, se me pasó totalmente el dichoso baile de cabeza.
Crecí oyendo muy a menudo esa historia, con el añadido de "Mercè, tenemos que ir a Bilbao, a agradecer a San Felicísimo su favor". Cuando todavía era pequeña no me preocupaba: si tenemos que ir ya me llevarán. Pero fui creciendo y la promesa estaba todavía sin cumplir. Hasta que llegué a los 16 años. A esa edad me llegó la vocación. Todavía no habíamos ido a Bilbao. Mamá me dijo, "ahora te irás, y nosotras sin cumplir la promesa". Esto me pesaba, hasta el punto que lo pregunté a un sabio que me aclaró: las promesas hay que cumplirlas, pero se pueden conmutar por otra acción piadosa. Me dijo que, entre todas las cosas que me había comprometido a hacer por Dios desde mi vocación a la Obra, supliría con creces la promesa de ir a Bilbao. También es verdad que, quién hizo la promesa era mi madre, ... pero eso no me importaba porque el sujeto beneficiario había sido yo. La cosa es que se lo expliqué, pero no os creáis que se quedó tranquila.
Una vez viviendo en Zaragoza parecería más sencillo llegarnos hasta Bilbao. Ella no cejaba. Pero tampoco en esos años fuimos a agradecer al santo.
Por otra parte ella le seguía encomendando la salud de todos los nietos que iban incrementándose con los años.
Llegó el año 2.000 y se nos fue al Cielo,... y no habíamos ido a Bilbao.
Y estamos en el inicio del año 2.009, y todavía no he ido a Bilbao. Pero San Felicísimo es un santo supersimpático. Y ahora viene la gracia.
Hace una semana, una de mi casa contó una cosa que me dejó de piedra. Antes, cuando se consagraba un altar, se incluían en él reliquias de santos. Esta nos explicó que el altar de uno de los oratorios del edificio en el que vivo, lo consagró San Josemaría. Recordaba que ella estuvo presente. Oyó que nuestro Padre dijo que la reliquia que colocarían en ese altar era de ¡San Felicísimo!, y que le gustó este santo porqué no sólo era feliz, sino felicísimo, y que así teníamos que ser en la Obra. Así que, después de esta larga historia, comprenderéis mi asombro.
Sin embargo, aunque él esté en mi casa, yo "iré a Bilbao" cuando Dios quiera.