domingo, 3 de junio de 2007

En la solemnidad de la Santísima Trinidad quizá os pueda interesar este fragmento de mi libro: "Soberanía conyugal"


El icono de la Santísima Trinidad de Peter Rublev expresa con gran perfección artística el misterio escondido de Dios: la Santísima Trinidad y la Encarnación del Verbo. En él se refleja la teofanía −es decir la manifestación divina− junto a la encina de Mambré. No se trata de una revelación en sentido estricto, sino más bien de lo que en Teología se conoce como una figura o tipo. Sólo a la luz de la realidad anunciada o profetizada puede entenderse la figura. Únicamente desde la efectiva realización del hecho o misterio significado puede comprenderse el carácter de figura del suceso que sirve de signo.
El icono escenifica la aparición de Yahvé a Abrahán. «Se le apareció Yahvé en la encina de Mambré, estando él sentado a la puerta de su tienda en lo más caluroso del día. Levantó los ojos y vio que había tres individuos parados a su vera» (Gn 18, 1-2). A lo largo de la narración se sucede este uso indistinto del singular y del plural. Se aparece Yahvé, pero al levantar la mirada ve a tres personas. En el diálogo hay frases que se atribuyen a los tres y otras que son pronunciadas por «aquél», es decir, Yahvé.
El momento es de una gran trascendencia. Abrahán ya ha recibido la promesa de Dios, a la edad de noventa y nueve años: «Por mi parte ésta es mi alianza contigo: serás padre de una muchedumbre de pueblos. No te llamarás Abrán, sino que tu nombre será Abrahán, pues te he constituido padre de muchedumbres de pueblos. Te haré fecundo sobremanera» (Gn 17, 4-6). Abrahán advierte que esta aparición guarda relación con esta promesa de fecundidad y descendencia y acude en busca de Sara, su mujer, para que ésta prepare un banquete con que obsequiar a los visitantes.
El diálogo principal se produce después de que ellos hayan comido. Al parecer, Abrahán está ante ellos, en pie, debajo del árbol. Ellos le dijeron: «Dónde está tu mujer, Sara» (Gn 18, 9). Abrahán señaló detrás de ellos, diciendo: «ahí, en la tienda». Entonces, «aquél» dijo: «Volveré sin falta a ti pasado el tiempo de un embarazo, y para entonces tu mujer Sara tendrá un hijo» (Gn 18, 18). El anuncio es tan insólito que provoca la risa de Sara, que podía escuchar la conversación desde la tienda. Yahvé le pregunta a Abrahán por qué razón se ha reído su mujer, originándose un diálogo entrañable entre Yahvé y Sara, en el que Dios condesciende con las mentiras y los miedos de la mujer.
Esta es la escena que reproduce el icono de Rublev. En la parte superior de la imagen se advierten −de izquierda a derecha− una casa, un árbol y una montaña cubierta con una nube. Los tres personajes están sentados alrededor de una mesa, de modo que con la posición de sus cuerpos y los elementos en los que descansan, configuran al mismo tiempo un círculo y un octógono. Dejando de lado los posibles significados de la figura octogonal −pueden descubrirse incluso dos octógonos: uno que engloba sólo a las figuras centrales y otro, más alargado, que alcanza los elementos superiores−, el círculo tiene un importante significado simbólico: expresa gráficamente una propiedad característica de la Trinidad: la perichoresis, término griego que significa literalmente danza, y con el que se quiere indicar la mutua inmanencia de las Personas divinas, en cuya virtud son tres Personas en una sola naturaleza . El movimiento circular −el amor − comienza en las Personas divinas y se comunica a la entera Creación. No se detiene en el pecado de los hombres, sino que se intensifica más aún en la Redención.
El suceso «figura», la teofanía de Yahvé en la encina de Mambré, tiene como fin inmediato anunciar a Abrahán (y a Sara, que está escuchando la conversación desde la tienda) que va a ser Padre de una muchedumbre a través del hijo que va a tener con Sara, a la sazón una anciana. Parece claro que lo importante del anuncio no es tanto la concepción y nacimiento de Isaac, sino más bien la muchedumbre de pueblos de los que Abrahán será padre por razón del Mesías que nacerá de su linaje.

En efecto, el personaje central es el Hijo Unigénito, el Verbo encarnado. Se le reconoce principalmente por el hecho de llevar una túnica roja, bajo el manto de color azul. Mientras el rojo de la túnica significa su naturaleza humana, asumida por el Verbo al llegar la plenitud de los tiempos; el color azul, común a las vestiduras de los tres personajes, representa la idéntica naturaleza divina. El Verbo, que ocupa la posición central, tiene una estola sobre el hombro que representa la inmortalidad, su Resurrección (se entiende que en cuanto hombre). El árbol que está detrás de él −que en la interpretación inmediata del icono significaba la encina de Mambré− puede representar ahora tanto el árbol de la ciencia del bien y del mal como el leño de la Cruz.
Precisamente porque el movimiento circular comienza en Dios y abarca la Creación entera, esta posición central indica la centralidad del Verbo encarnado en el proyecto Creador de Dios.
Si se contempla la figura del Verbo Encarnado, haciendo abstracción de la mesa ante la que está sentado, se advierte un efecto óptico interesante por el que parece ocupar una posición predominante con respecto a las otras dos Personas divinas. Mediante este efecto se refuerza el mensaje principal del icono: en vez de ser Dios el invitado a la mesa, son los espectadores del cuadro quienes son invitados a participar del banquete y la invitación la hace el Enviado del Padre, Jesucristo.

En cambio, contemplando el cuadro completo es evidente que está sentado detrás de la mesa. También así se realza el significado principal del icono. Dios invita a la humanidad a sentarse a la mesa y a participar del banquete divino. La humanidad, por tanto, no puede quedar ante este icono como un mero espectador, sino que recibe la invitación de pasar a ser protagonista, identificándose con el personaje principal que es Cristo −el Cristo total, diría san Agustín, que formamos los miembros con la Cabeza o la Esposa con el Esposo−.
Decimos que se trata del principal significado del icono porque así lo indica la copa rebosante de vino, situada en el centro de la mesa, y también la forma de las siluetas de los otros dos personajes −el Padre y el Espíritu Santo− que configura también una copa, mediante la que se invita a beber.
El brazo derecho del Hijo encarnado insinúa también un nuevo círculo interior, que constituye una nueva perichoresis, la unidad que forman Esposo y Esposa al ser una sola carne. El concilio Vaticano II, en un texto en el que se resume «la entera antropología cristiana» , ha profundizado en el significado de la oración sacerdotal de Jesús: «Más aún, el Señor, cuando ruega al Padre que todos sean uno, como nosotros también somos uno (Io 17,21-22), abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás» . La unidad que constituyen las tres Personas divinas (la perichoresis externa del icono) es el modelo de la perichoresis de los hombres y de las mujeres en Cristo, de la Esposa con el Esposo. Se nos invita a danzar en un baile que exige «el don sincero» de la persona. Esta es una invitación que Jesucristo ofrece en cuanto Creador (constituye la vocación de toda persona humana, en todo tiempo) y que confirma en cuanto Redentor, indicando con su Pasión, Muerte y Resurrección cuál es el camino por el que podemos llegar a la plenitud y dándonos la fuerza o energía necesario para recorrerlo.

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